“Seis cosas aborrece Jehová, Y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de sangre inocente,”
Prov. 6:16-17
Cuando empieza un nuevo año, surgen en nosotros, deseos de nuevos propósitos. Con el tiempo, con la lucha diaria y con las trampas que el enemigo nos pone a cada paso, es necesario no caer en la tentación de considerar el pecado -y en especial algunos pecados- como parte de nuestra existencia, como si nada se pudiera hacer con ellos. La mentira, ha llegado a ser tan normal en nuestro mundo, que hemos llegado a interiorizarla como algo necesario en la vida. Mentimos al manipular la declaración de impuestos; o para conseguir algún tipo de ayuda social o beneficios económicos. Mentimos para no quedar mal con la familia o los amigos. Mentimos para proteger a alguien o a nosotros mismos. Nos mienten los políticos, los periodistas, los maestros, los amigos, los compañeros de trabajo, y en la tienda cuando vamos a comprar. La mentira nos rodea, como el aire que respiramos. Y creemos que no podemos dejar de vivir en esa atmósfera: ¡ser sincero no está de moda! Por el contrario, está en la lista de pecados que Dios aborrece. Es por tanto necesario, que de nuevo como antaño, la verdad en nuestra boca, sea una de las características más importantes en la vida de un cristiano.
Nuestras sociedades protestantes, se basaron en ese principio. Un principio que garantizaba la honradez en los negocios, en las relaciones familiares, en el trabajo, etc. Se podía confiar en un cristiano, porque siempre dice la verdad. Debemos, por tanto, desterrar de nuestra vida, la idea de la mentira piadosa o mal menor. En el Nuevo Testamento, se reitera esta enseñanza, y se enfatiza el no mentirse entre hermanos de la iglesia: Col. 3:9: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos…,” Se que puede parecer duro, pero un mundo de mentiras, es un mundo de recelos y odio. Todo el mundo huye del mentiroso; porque no se puede fiar de él. Hay que ponerse manos a la obra con esto, y vencer esa tentación que nadie, nada más que Dios, valora tan importante. Lo mejor, empezar a orar; después ir luchando diariamente por decir la verdad y no encubrirla. Poco a poco, iremos siendo más del agrado de nuestro Dios, y por ellos seremos bendecidos
Pr. Luis Antonio de la Peña