El corazón que maquina pensamientos inicuos, Los pies presurosos para correr al mal, El testigo falso que habla mentiras, Y el que siembra discordia entre hermanos.”
Prov. 6:18-19
Siguiendo el texto del mes pasado, en el capítulo 6 de proverbios, nos encontramos con otras de las cosas que Dios aborrece de forma especial. Con esto no se quiere decir que haya pecados mortales y veniales, sino que hay cosas especialmente repugnantes para Él. Aunque el pecado es siempre pecado, es cierto que hay cosas que duelen más en Su corazón; y son sobre todo aquellas que tienen que ver con la relación con el resto de hermanos. El mes pasado era la mentira, ahora es la siembra de la discordia. El Señor sabe, que podemos destruir a una persona, con sólo hablar de ella. Jesús mismo nos indicó, no sólo se mata físicamente a alguien, sino que con insultarle u ofenderle, ya estamos desobedeciendo el mandamiento de “no matarás”. Por eso, lo importante que son las cosas que decimos. Lo mejor es, nunca hablar de nadie o nunca permitir que nadie hable de otro que no está presente. Y más si después esta la coletilla: “de esto no digas nada, pues es confidencial” o “no quiero líos”. La boca del creyente debe de estar llena de prudencia y bendición, hablar poco y escuchar sólo aquello que es para edificación. Además, puedes convertirte en un transmisor de la discordia, cuando hablas a otros hermanos de aquello que te han contado en secreto.
La lectura de la Biblia, la historia de la iglesia y nuestra propia experiencia, nos muestra lo dañino de este comportamiento. Comportamiento, salido de la misma cocina del infierno; pues el mismo Satanás lo usó en el Edén. Habló con Eva a escondidas y murmurando de las mismas palabras de Dios. Es muy interesante, como el mismo texto de Proverbios, va mostrando como este pecado se desarrolla. Primero, pensando mal, juzgando, criticando, en el interior de la mente. Luego, empieza uno a hacer el mal, hablando del otro, sin pensarlo demasiado. Hay que ser consciente que el Diablo, no quiere que reflexiones. El sólo quiere que actúes. Te conviertes en su marioneta de maldición, para herir. Si eres protagonista de este pecado, pide perdón a Dios. Esto implica arrepentimiento. Es decir, el firme propósito de no volver a hacerlo. Luego, vete y pide perdón a quien has ofendido.
Pr. Luis Antonio de la Peña