“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” Rom. 12:1
El 31 de octubre ocurrió el mayor evento espiritual en los últimos mil años. Martín Lutero, lleno del valor y el celo por la Palabra de Dios, se atrevió a desafiar a todo un imperio, tanto el secular como el papado. Para ello, tuvo la necesidad de entregarse plenamente a la causa de Cristo. Y eso es al fin y al cabo la consagración, entregarse por completo a Su causa. Vivimos una época de cristianismo “light”. Es como si hubiéramos comprado una casita, para que cuando muramos, podamos vivir en paz, en el cielo. Vivimos tranquilos, sin otro problema que dar los diezmos, u observar los defectos ajenos. Nos reunimos los domingos y vivimos el resto de la semana como burgueses, que tienen más o menos la vida arreglada. Hacemos pocas cosas diferentes al resto de conciudadanos y nos sentimos integrados en esta sociedad -que dicho sea de paso- vive en uno de los momentos más corrompidos de su historia ¿Qué ven en nuestro comportamiento, que sea digno de envidia? No son lo mismo que nosotros y viven con nuestros mismos intereses -se pregunta-.
Y aquí viene la palabreja: “CONSAGRACIÓN”. Es simple y llanamente, el momento en el cual, yo decido entregar todo al Señor y vivir conforme a su proyecto para mi vida. Cuando no pongo como algo importante, lo que soy o tengo, sino solo lo que es servirle y anunciar su mensaje a todo aquel que se ponga en mi camino. Esa es la respuesta a la pregunta de Pablo: “¿Qué quieres Señor?. O de Isaías: ¡Heme aquí, envíame a mí”. Por tanto tienes que decidir, si es más importante padre o madre, dinero o cosas, ocio o entrega. Jesús nos habló de una cruz y un yugo llevadero. Su carga es fácil y ligera, pero exige el máximo de nosotros. Solo con cristianos dispuestos a dar lo máximo de sí, es cuando podemos esperar un cambio en el corazón de los que nos rodean. Así hizo Martín Lutero, decidió entregarse completamente a la causa del evangelio, y el resultado, es que la esperanza volvió a ser anunciada. Nosotros, posiblemente, no estemos llamados a cambiar el mundo, pero sí podemos cambiar “nuestro” mundo. No hay nada más impactante que un cristiano auténtico; se le envidia o se le ama, pero nunca se le desprecia ¿Quieres ser un cristiano consagrado? Ofrécete a tu Señor, ponte al servicio de tu iglesia.
Pr. Luis Antonio de la Peña