“Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.”
Rom. 13:13-14
Es muy curioso, que aunque la teología católica y medieval, considera este uno de los pecados capitales. Es decir, un pecado merecedor del infierno. En nuestra doctrina bíblica, un pecado es igual a otro; pero no así en sus consecuencias. El comer en exceso, o beber en exceso, o hacer ejercicio en exceso… es decir todos los excesos son malos para nuestra salud. Eso dice la Biblia, pero filósofos como Aristóteles y Séneca… y muchos otros, pensaban de la misma manera. Este acuerdo general, es importante, pero lo es más la condena que la Biblia hace a la falta de temperancia (control). El cristiano se debe caracterizar por la moderación. Primero, porque ello repercute en una vida sana, y de esta forma se puede dedicar a la enseñanza y la predicación del evangelio. En segundo lugar, porque el cristiano debe dominar lo que le rodea, pues no es esclavo de nada ni de nadie. Es libre, y cuando algo le controla -en este caso la comida o la bebida-, muestra que está lejos de la libertad, que el Espíritu da a los hijos de Dios.
El pecado se caracteriza por su capacidad de esclavizarnos. Y por eso, es tan atractivo. Funciona como una droga, que produce adicción. Da placer, y como tal refuerza nuestros hábitos incorrectos. La única manera de cambiar esto, es invirtiendo el proceso; es decir, habituarnos a lo correcto y no al pecado. Poco a poco, a medida que renunciemos a aquellas cosas que nos dañan o dañan nuestra relación con los demás, vamos creando un hábito correcto y con el tiempo se vuelve parte de nuestro carácter. Por ello, a medida que vayamos venciendo pequeñas batallas, permitirá que finalmente, ganemos la guerra. Consiste en que cada día te niegues a ello: un día será un refresco azucarado al que dices NO, más adelante será una hamburguesa, y así hasta que domines lo que comes o bebes. Eso no quiere decir que no podamos, de vez en cuando, disfrutar de esos alimentos, pero siempre dando preferencia a nuestra salud física y espiritual.
Pr. Luis Antonio de la Peña