“Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos.”
Jn. 15:13-14
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Eso le dijo Jesús a sus discípulos, en el momento más crucial de su vida. Sabía que iba a morir, pero a morir con un sentido: ¡sus amigos! Jesús murió, por todos los hombres, por lo que deducimos, que Jesús consideraba amigos a todos los seres humanos. Fue el momento más explícito, de la amistad que Dios buscó con los hombres. Pero a su vez, nos plantea un desafío: la amistad de todos los hombres ¿Estaba diciéndonos que debíamos dar la vida, como él la iba a dar? Es lo más probable. Sus seguidores así lo hicieron. Es un privilegio, que nuestra vida valga tanto, como para ser sacrificada por los demás. Sólo el Espíritu Santo hace eso posible. Personas egoístas, intransigentes, xenófobas, se convierte en vidas, que dan vida al morir. Por eso, Jesús enseñó, que el grano si cae en tierra y muere, lleva fruto.
Si no estamos dispuestos al sacrificio, no podremos dar vida. Eso lo sabe muy bien un madre, que desde el momento del embarazo, comienza una vida de entrega y sacrificio. Es lo más parecido a lo que intento explicar. Tu vida y la mía, debe ser una vida entregada por los demás, una vida que va más allá del de la madre; pues ella se entrega por alguien al que quiere. Cosa muy distinta es darse por aquellos, que quizá, sean incluso tus enemigos. La iglesia debe ser un cementerio de “yoes” y una fábrica de vidas entregadas; donde lo importante no seas “tu”, sino “vosotros” y “ellos”. El día que lleguemos a comprender esta gran verdad, antes veremos una iglesia gloriosa, que translimite vida y vida en abundancia. Pero antes de conseguir eso, debemos determinar nuestra muerte, y darla por la vida de los otros; sacrificando nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestra tranquilidad… para que tengas vida, debes dar la vida.
Pr. Luis Antonio de la Peña