“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.”
Ez. 36:26-27
Vivimos una época apasionante. Parece que Dios se está moviendo más que en cualquier época anterior. La iglesia crece imparable, y todos recibimos noticias de las obras prodigiosas que está haciendo en todo el mundo; en especial en los lugares donde hay mayor persecución. Pero no hay que olvidar, que Pablo nos advirtió, de que esto iría parejo a un mayor deterioro de la fe. Y eso se muestra una realidad, cuando oímos de iglesias y predicadores, que han dejado de lado la enseñanza de la Biblia, y cual expertos en marketing, venden la idea de un Dios relativista y caprichoso, que oye a unos “predicadores” ungidos, y no al resto de los creyentes. Se hacen campañas, con costos elevadísimos, y se habla de las grandes maravillas que Dios va a hacer en ellas, y todo eso, se convierte en un simple “bluf”. Y si ya es grave la tergiversación de la Palabra de Dios, lo es más, cuando se hace en nombre del Espíritu Santo, lo que añade la blasfemia a la mentira. Nunca olvidaré un día, comiendo con John Stott, que respondió a la pregunta: ¿son de Dios estos movimientos? El dijo sin ambages: “son del Diablo.”
Pablo nos advirtió que deberíamos tener cuidado en los últimos tiempos con esos peligrosos charlatanes. Hablar del Espíritu Santo, es algo muy serio. Ya Pablo tuvo que bregar con este tema. Se daba más importancia en Corinto, a los dones sobrenaturales de difícil interpretación, que al centro del fruto del Espíritu: el amor. Ese fruto, que tiene como característica especial la relación entre unos y otros -cosa, por cierto, inexistente en la iglesia de Corinto- ¿Deseas tener más del Espíritu Santo en tu vida? Olvídate de “ungidos” y busca en tu corazón y en tu mente, si le has entregado todo tu ser a Dios, y por tanto a los demás. No te guardes ni un pequeño resquicio. Dalo todo, y te llenarás, pues cuanto más des, mas recibirás de Él.
Pr. Luis Antonio de la Peña