“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”
2 Tim.3:16
Mucha sangre se ha derramado por este libro. Varias veces se ha intentado destruirlo. Se ha perseguido a sus lectores, incluso por aquellos que profesaban la misma fe. Es un libro que siempre ha creado polémica, y sigue creándola. Su espíritu, ha dado lugar a los mayores logros humanos: la democracia, la libertad de conciencia, la misma ciencia, etc,. Echan las raíces en sus páginas. Y lo más importante de todo: millones de personas han cambiado su vida de forma radical, en base a la reflexión sobre ella ¿Se puede, por tanto, hablar solo de un libro? Ha trastornado al mundo. Un libro, por sí solo, por muy bueno que sea, no produce tal impresión. Ni los tratados de filosofía, ni de ciencia, ni de política, ni los mismos libros religiosos, han hecho tal portento. No es un libro especial en cuanto a su formato literario -existen otros muchos-. Es sobre todo, un libro del que emana poder. Y esa es su característica principal. En él no habla lo humano, sino lo divino. Por eso, ha fracasado todo intento de acabar con él. Ni una “j”, ni una “tilde” serán quitadas de este Santo Libro, que lleva el sello de Dios.
Después de esto ¿cuál es nuestra responsabilidad con este libro? Está claro, que si es un libro de Dios, debemos estar atentos a sus enseñanzas. No hay cristiano más patético, que aquel que pretende enseñar sobre la voluntad de Dios, sin citar un solo texto o versículo. Además citar este texto o versículo, con el significado que el autor le dio. Esto exige de nuestra parte, un estudio cuidadoso y meditado, teniendo en cuenta el pensamiento del autor y el contexto en que fue escrito. Como Pablo indica a Timoteo en su segunda epístola, 2:15: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad.” (Ver. Biblia de las Américas). De ahí que nuestra obligación sea profundizar y sacar las verdades “auténticas” y no nuestras ideas acerca de… Más que nunca, en el actual cristianismo, necesitamos ser como los de Berea (Hech.17:10-11), que no se fiaban ni del mismo apóstol, y que escudriñaban la Palabra, para asegurar que su enseñanza se ajustaba a lo que Dios había revelado.
Pr. Luis Antonio de la Peña